Ilustración: Daniel Nava |
La madrugada de aquella histórica semifinal, su padrastro golpeó a su madre y hermanito. Cada episodio similar dejaba un halo de tristeza y desaliento en Carlitos, el 10 del Paso las Negras, el zurdo que dribla a todos en la sub 14.
Sus ojos contenían las lágrimas, de nuevo violencia en casa y, por otra parte, Venezuela perdía 1-0 ante Uruguay por las semifinales del mundial sub 20, corría el minuto 89 y no parecía haber por dónde.
Estalló en llanto cuando Samuel Sosa clavó en el ángulo aquel tiro libre, no podía gritar y se tragó cada letra del gol, hipeando de alegría y desazón. Vio la prorroga en silencio y lloró con más ganas luego que Wuilker Fariñez tapó el penal que ponía a Venezuela en la final. Se fue a la cama y murmuró plegarias que de nada habían servido hasta entonces, pero que aliviaban su alma tribulada e inquieta.
Carlitos no conoció a su padre ni su padre lo conoció a él, murió luego de un disparo en la cabeza mientras huía de un robo. Lo dejó estando en el vientre de su madre, cuando ella ni siquiera sabía cuidar de sí misma. Vivían en el barrio Paso las Negras de San Carlos, en una piecita triste y llena de cornetas estruendosas.
Carlitos es elocuente dentro y fuera de la cancha, tiene ojos negros profundos y curiosos, piel trigueña y cabello de indio. El profe lo pone de enganche en un 4-2-3-1 dinámico y efectivo, propio para moverse a sus anchas en zona 3, pasar rivales como conos, abrir las bandas con limpidez, tirar un pase al fondo para provocar un mano a mano y de vez en cuando, solo de vez en cuando porque su placer está en pasarla, meterla en el arco con elegancia y maestría.
Carlitos es de alma noble, incapaz de hacerle daño a nadie. El ambiente que lo rodeaba en casa, lleno de alcohol, drogas y violencia en todas sus expresiones, no transformó su corazón lleno de bondad. Cuando descubrió lo maravilloso de patear una pelota, sus sueños viajaron lejos y, por cada lágrima derramada en casa, se afianzaba más su anhelo de jugar en la Vinotinto. El futbol es su refugio.
Un día el Club consiguió un amistoso con la selección nacional sub 15 de Venezuela dirigida por Frank Piedrahita. Carlitos no cabía en sí, era su gran chance, el profe le dijo que buscaban un 10 para llevárselo al suramericano.
El día del partido, Carlitos dio recital en el Barreto Méndez, asistió a dos compañeros y marcó de pelota quieta en el empate a 3 de ambos equipos. Tras el pitazo final, Piedrahita se le acercó y puso su mano fuerte en sus hombros exclamando: "Carlitos, tú serás el 10 de mi equipo, preséntate en el último modulo que será en Margarita en 15 días, nos vamos al suramericano, serás Vinotinto".
Carlitos lloraba de alegría, el profe prometió gestionar todos sus permisos, gastos y cualquier dilema que pudiera surgir en su hogar disfuncional.
La mañana que debía viajar, fue al cementerio a visitar la tumba de su padre, esta vez invadido por una sensación de libertad, colmado de un destino del que se sabía dueño. Frente a la lápida exclamó lleno de orgullo: "Puedes estar orgulloso, papá. Siéntete feliz porque, como siempre has querido, no voy a ser como tú, seré el 10 de la Vinotinto".
Nuno